civilización
GRITOS
Creo que no hay nada más denigrante que una persona gritando. Desde el espectáculo de su cuerpo en general, la expresión del rostro, los gestos y ese ruido que golpea los oídos desgarrándolos, hiriéndolos, hasta el alma que se estremece al ver su semejante hundiéndose en la animalidad y la inconciencia.
El grito, tan ancestral, nos inflama de vergüenza. Pocos actos como el grito nos permiten comprobar hasta qué punto hemos olvidado nuestra animalidad y nuestro pasado, los lugares de donde procedemos. Incluso quien sube a lo alto de una colina para gritar, aun sabiendo que está completamente solo, experimenta cierto sonrojo al emitir sus primeros gritos. Sólo los niños, que tienen una experiencia de la libertad que los adultos hemos olvidado, y los agonizantes, a quienes ya no afecta la escuela de las buenas costumbres, gritan sin avergonzarse.
Acepto el grito en ocasiones donde peligra la vida o la integridad humana: Un posible atropello, un incendio, una caída mortal, en fin, lo acepto en los estadios donde vamos precisamente a eso, a alentar gritando, pues no se hace de otro modo allí. Lo acepto en el campo o la playa cuando quiero pasar la voz a alguien lejano.
Las parejas en su intimidad, no gritan, susurran... están cercanos. Si gritan, se alejan, se distancian, se pelean.
Una de las señales de una sociedad civilizada es la ausencia de gritos.
En el hogar cuando el grito se va, entra la paz, entra la capacidad del descanso en sus integrantes. El diálogo se abre paso y se acercan los corazones. El grito separa, hiere, desintegra.
Los lugares que se precian de cultivar el espíritu y las buenas costumbres, rinden culto al silencio, esto es, los monasterios, los templos, las bibliotecas, los laboratorios, los hogares sanos que sus componentes lo consideran un templo ... finalmente, los cementerios, donde descansamos eternamente.
Los lugares vulgares son conocidos también como ruidosos, los bares, las "polladas", los tumultos callejeros y las acaloradas pandillas.
Hasta un predicador gritón es repelente. No me imagino a Cristo predicando a gritos.
Si le quieres hablar al alma, tienes que hacerlo de la forma más delicada y sutil posible.
Un conocido periodista escribe:
"No hay nada procaz que se diga en voz baja. No hay vocerío en la fineza. La persuasión discurre: el odio grita. La muerte aparece en los estruendos. La vida es un agradable sonido de fondo de pájaros y grillos. Antes del estéreo fue el estornino.
Pues la felicidad consiste en no tener que gritar".
Hay pues amigos mucho por hacer... y si es en silencio, mejor.
SOLRAC
Creo que no hay nada más denigrante que una persona gritando. Desde el espectáculo de su cuerpo en general, la expresión del rostro, los gestos y ese ruido que golpea los oídos desgarrándolos, hiriéndolos, hasta el alma que se estremece al ver su semejante hundiéndose en la animalidad y la inconciencia.
El grito, tan ancestral, nos inflama de vergüenza. Pocos actos como el grito nos permiten comprobar hasta qué punto hemos olvidado nuestra animalidad y nuestro pasado, los lugares de donde procedemos. Incluso quien sube a lo alto de una colina para gritar, aun sabiendo que está completamente solo, experimenta cierto sonrojo al emitir sus primeros gritos. Sólo los niños, que tienen una experiencia de la libertad que los adultos hemos olvidado, y los agonizantes, a quienes ya no afecta la escuela de las buenas costumbres, gritan sin avergonzarse.
Acepto el grito en ocasiones donde peligra la vida o la integridad humana: Un posible atropello, un incendio, una caída mortal, en fin, lo acepto en los estadios donde vamos precisamente a eso, a alentar gritando, pues no se hace de otro modo allí. Lo acepto en el campo o la playa cuando quiero pasar la voz a alguien lejano.
Las parejas en su intimidad, no gritan, susurran... están cercanos. Si gritan, se alejan, se distancian, se pelean.
Una de las señales de una sociedad civilizada es la ausencia de gritos.
En el hogar cuando el grito se va, entra la paz, entra la capacidad del descanso en sus integrantes. El diálogo se abre paso y se acercan los corazones. El grito separa, hiere, desintegra.
Los lugares que se precian de cultivar el espíritu y las buenas costumbres, rinden culto al silencio, esto es, los monasterios, los templos, las bibliotecas, los laboratorios, los hogares sanos que sus componentes lo consideran un templo ... finalmente, los cementerios, donde descansamos eternamente.
Los lugares vulgares son conocidos también como ruidosos, los bares, las "polladas", los tumultos callejeros y las acaloradas pandillas.
Hasta un predicador gritón es repelente. No me imagino a Cristo predicando a gritos.
Si le quieres hablar al alma, tienes que hacerlo de la forma más delicada y sutil posible.
Un conocido periodista escribe:
"No hay nada procaz que se diga en voz baja. No hay vocerío en la fineza. La persuasión discurre: el odio grita. La muerte aparece en los estruendos. La vida es un agradable sonido de fondo de pájaros y grillos. Antes del estéreo fue el estornino.
Pues la felicidad consiste en no tener que gritar".
Hay pues amigos mucho por hacer... y si es en silencio, mejor.
SOLRAC
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