civilización
GRITOS Creo que no hay nada más denigrante que una persona gritando. Desde el espectáculo de su cuerpo en general, la expresión del rostro, los gestos y ese ruido que golpea los oídos desgarrándolos, hiriéndolos, hasta el alma que se estremece al ver su semejante hundiéndose en la animalidad y la inconciencia. El grito, tan ancestral, nos inflama de vergüenza. Pocos actos como el grito nos permiten comprobar hasta qué punto hemos olvidado nuestra animalidad y nuestro pasado, los lugares de donde procedemos. Incluso quien sube a lo alto de una colina para gritar, aun sabiendo que está completamente solo, experimenta cierto sonrojo al emitir sus primeros gritos. Sólo los niños, que tienen una experiencia de la libertad que los adultos hemos olvidado, y los agonizantes, a quienes ya no afecta la escuela de las buenas costumbres, gritan sin avergonzarse. Acepto el grito en ocasiones donde peligra la vida o la integridad humana: Un posible atropello, un incendio, una caída